lunes, 23 de agosto de 2010

NANA

Algo cambió en mí un día. Un “algo” difícil de explicar. No lo noté de inmediato, sino que en el pasar del tiempo se hizo obvio. Podría tratar de describirlo de la siguiente forma: un día, de negro pasé a gris. Me desteñí. Perdí la magia y comencé a sentirme más vacía de lo normal. Supongo que un cambio así es normal cuando pierdes a alguien tan importante en tu vida. Se cae un pedacito de tu mundo y cae al vacío del que las cosas jamás regresan.

Algo cambió en mí un día… y aquí estoy tomando consciencia de ello.
La vida material es como un círculo infinito. Jamás ves los límites, se hace imposible medir el diámetro, pero allí estás en el centro. Eres el punto que marca el centro de aquel círculo llamado universo. Alrededor tuyo están un millón de puntos más que llenan ese universo. Y mientras más cercanos a ti estén esos puntos. Mientras más arraigados estén en tu vida, más se desgarra tu universo cuando aquellos puntos desaparecen. El círculo se desgarra con la fragilidad de un trozo de papel.

Es humano pensar egocéntricamente. Creerse el centro de un universo y desgarrarse cuando algo cambia. Si alguien muere sufren todos menos el muerto. ¿Qué es más terrible que dejar de vivir? Muchos responderán: “que alguien que ames deje de vivir”. Y es verdad. Más terrible que dejar de sentir es sentir profundamente una pérdida.

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